2 de Febrero

el hermano Roger

Durante la oración del atardecer del martes 16 de agosto de 2005, en medio del gentío que rodeaba a la comunidad en la Iglesia de la Reconciliación, una mujer desequilibrada acuchilló violentamente al hermano Roger, muriendo algunos minutos después.

Su funeral fue celebrado el martes 23 de agosto. En 1998, el hermano Roger había designado al hermano Alois para que lo sucediese, luego de su muerte, como responsable de la comunidad. El hermano Alois comenzó de inmediato su ministerio de servidor de comunión en el corazón de la comunidad.

Todo comenzó por una gran soledad cuando, en agosto de 1940, a la edad de veinticinco años, el hermano Roger dejó su país natal, Suiza, para ir a vivir a Francia, el país de su madre. Desde hacía varios años, llevaba consigo la llamada a crear una comunidad donde se concretara todos los días una reconciliación entre cristianos, «donde la bondad del corazón fuera vivida muy concretamente, y donde el amor estuviera en el corazón de todo». Esta creación, el hermano Roger deseaba insertarla en el sufrimiento del momento, y fue así como, en plena guerra mundial, se instaló en la pequeña aldea de Taizé, en Borgoña, a unos kilómetros de la línea de demarcación que dividía a Francia en dos. Escondió entonces a refugiados (particularmente a judíos), quienes sabían que al escapar a la zona ocupada, podrían encontrar refugio en su casa.

Más tarde, algunos hermanos se unen a él, y el día de Pascua de 1949 los primeros hermanos se comprometen para toda la vida en el celibato, la vida común y una gran sencillez de vida.

En el silencio de un largo retiro, en el transcurso del invierno de 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, que expresa para sus hermanos «lo esencial que permite la vida común».

A partir de los años cincuenta, algunos hermanos fueron a vivir en lugares desfavorecidos para estar al lado de los que sufren.

Desde finales de los años cincuenta, el número de jóvenes que visitan Taizé se incrementó sensiblemente. A partir de 1962, algunos hermanos y algunos jóvenes, enviados por Taizé, no dejaron de ir y venir a los países d Europa del Este, con la mayor discreción, para no comprometer a aquellos que apoyaban.

De 1962 a 1989, el propio hermano Roger visitó la mayoría de los países de Europa del Este, a veces para encuentros de jóvenes, autorizados pero muy vigilados, a veces para simples visitas, sin posibilidad de hablar en público («Me callaré con vosotros», decía a los cristianos de esos países).

Fue en 1966 que algunas hermanas de San Andrés, comunidad católica internacional fundada hace más de siete siglos, vinieron a vivir a la aldea vecina y comenzaron a asumir una parte de las tareas de la acogida. Más recientemente algunas hermanas ursulinas polacos vinieron también para aportar su colaboración.

La comunidad de Taizé reúne actualmente unos cien hermanos, católicos o de diversos orígenes evangélicos, procedentes de más de veinticinco naciones. A través de su propia existencia, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y entre pueblos separados.

En uno de sus últimos libros, titulado «Dios sólo puede amar», (PPC), el hermano Roger describía así su camino ecuménico:

«¿Podría recordar a través de estas líneas que mi abuela materna descubrió intuitivamente como una clave para la vocación ecuménica et que ella me abrió un camino para concretarlo? Marcado por el testimonio de su vida, y siendo todavía muy joven, encontré tras ella mi propia identidad de cristiano reconciliando en mí mismo la fe de mis orígenes con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comunión con nadie.»

Los hermanos no aceptan ningún donativo, ningún regalo. Tampoco aceptan para ellos mismos sus propias herencias personales, sino que las dan a los más pobres. Es por su trabajo que la comunidad gana su vida y comparte con otros.

Algunas pequeñas fraternidades se encuentran actualmente insertadas en barrios desheredados en Asia, en África, en América del Sur y del Norte. Los hermanos intentan allí compartir las condiciones de vida de aquellos que les rodean, esforzándose para ser una presencia de amor al lado de los más pobres, niños de la calle, presos, moribundos, los que se encuentran heridos hasta en lo más profundo debido a rupturas afectivas, por abandonos humanos.

Viniendo del mundo entero, los jóvenes se encuentran actualmente en Taizé todas las semanas del año para encuentros que pueden reunir de un domingo a otros hasta seis mil personas procedentes de más de setenta naciones. Con los años, cientos de miles de jóvenes han pasado por Taizé, meditando el tema «vida interior y solidaridades humanas». Buscan descubrir, en las fuentes de la fe, un im sentido a su vida y se preparan para asumir responsabilidades allí donde viven.

Hombres de Iglesia visitan de igual modo Taizé, y la comunidad acogió de esta manera al papa Juan Pablo II, a tres arzobispos de Cantorbery, a metropolitas ortodoxos, a los catorce obispos luteranos de Suecia, y a numerosos pastores del mundo entero.

Para apoyar a las jóvenes generaciones, la comunidad de Taizé anima una «peregrinación de confianza a través de la tierra». Esta peregrinación no organiza a los jóvenes en un movimiento que estuviera centrado en la comunidad, sino que les estimula a ser portadores de paz, de reconciliación y de confianza en sus ciudades, universidades, lugares de trabajo, en sus parroquias, y ello en comunión con todas las generaciones. Como etapa de esa «peregrinación de confianza a través de la tierra», un encuentro europeo de cinco días reúne al final de cada año varias decenas de miles de jóvenes en una metrópolis europea, al Este o al Oeste.

Con ocasión del encuentro europeo, el hermano Roger publicaba todos los años una «carta», traducida en más de cincuenta lenguas, retomada y meditada durante un año por los jóvenes, allí donde viven o durante los encuentros en Taizé. Esta carta, el fundador de Taizé a menudo la escribía a partir de un lugar de pobreza donde vivía por un tiempo (Calcuta, Chile, Haití, Etiopía, Filipinas, Sudáfrica…).

Hoy, por todo el mundo, el nombre de Taizé evoca paz, reconciliación, comunión, y la espera de una primavera para la Iglesia: «Cuando la Iglesia escucha, cura, reconcilia, ella llega a ser lo que es en lo más luminoso de sí misma: diáfono reflejo de un amor» (hermano Roger).