18 de Mayo

La unidad de la Iglesia en el amor se manifiesta

en la pluralidad de lenguas

Lectura bíblica Efesios 4,1-7. 11-13

“En función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo»

Hermanos:

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.

Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo.
Y él ha constituido a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

TEXTO

De los Sermones de un autor africano del siglo VI

Los sentimientos profundos de amor del alma a su Señor

han de invadir toda la vida terrena: para eso hemos nacido.
Como sucedió en sus comienzos, hoy la Iglesia se expresa en todas las lenguas, unida a su único Señor. No se trata de una unidad uniforme, sin gozo, sin libertad; no se trata de una uniformidad en la liturgia, en la teología, en la disciplina, sino una unidad en la diversidad. Unidad porque, ligados por un único Espíritu, que es el Amor, hablamos un único lenguaje, que es el de la caridad. Unidad que no se opone a la libertad, al diálogo, a la comprensión. En medio de la variedad, formamos una única Iglesia empeñada en una sola y gran misión: llevar la humanidad a Dios. A pesar de las diferencias, «son hijos de Dios los que son guiados por el Espíritu de Dios» (Rm 8, 14). Un Espíritu así de rico, variado y diverso para cada uno, y, a la vez, único. La Iglesia se desenvuelve en el equilibrio entre la diversidad y la unidad de un solo Espíritu.
Los apóstoles se pusieron a hablar en todas las lenguas. Así quiso Dios, por aquel entonces, significar la presencia del Espíritu Santo, haciendo que todo el que lo recibía hablase en todas las lenguas. Debemos pensar, queridos hermanos, que se trata del Espíritu Santo por el cual el amor de Dios se derrama en nuestros corazones.
Y, ya que la caridad había de congregar a la Iglesia de Dios, extendida por todo el orbe de la tierra, del mismo modo que entonces cada persona que recibía el Espíritu Santo podía hablar en todas las lenguas, así ahora la unidad de la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo, se manifiesta en que habla todas las lenguas.

Por tanto, si alguien nos dice: «Si has recibido el Espíritu Santo, ¿porqué no hablas en todas las lenguas?», debemos responderle: «Hablo ciertamente en todas las lenguas, ya que pertenezco al cuerpo de Cristo, esto es, a la Iglesia, que habla en todas las lenguas. Lo que Dios quiso entonces significar por la presencia del Espíritu era que la Iglesia, en el futuro, hablaría en todas las lenguas.»

De este modo se cumplió lo que había prometido el Señor: Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, sino que se ha de echar en odres nuevos; así se conservan las dos cosas.

Con razón, pues, algunos, al oír que los apóstoles hablaban en todas las lenguas, decían: Están bebidos. Es que se habían convertido ya en odres nuevos, renovados por la gracia de la santidad, para que, llenos del vino nuevo, esto es, del Espíritu Santo, hablaran llenos de ardor en todas las lenguas, y anunciar de antemano, por aquel evidentísimo milagro, la catolicidad de la Iglesia, que había de abarcar a los hombres de toda lengua.

Celebrad, pues, este día, conscientes de que sois miembros del único cuerpo de Cristo. No lo celebraréis en vano, si procuráis ser lo que celebráis, viviendo unidos a la Iglesia, a la cual el Señor, llenándola del Espíritu Santo, reconoce como suya, a medida que se va esparciendo por todo el mundo, Iglesia que, a su vez, lo reconoce a él como su Señor. Como el esposo no abandona a su propia esposa ni admite que sea sustituida por otra.

Y a vosotros, hombres de todas las naciones, y que sois miembros de Cristo, que constituís el cuerpo de Cristo, la Iglesia de Cristo, la esposa de Cristo, os dice el Apóstol: «Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz». (Ef 4,1-7. 11-13)

Fijaos que al precepto de la mutua tolerancia añade la mención del amor, y cuando habla de la solicitud por la unidad hace referencia al vínculo de la paz. Tal ha de ser la casa de Dios, edificada con piedras vivas, para que el padre de familia se complazca en habitar en ella, y sus ojos no tengan que contemplar con disgusto su división y su ruina.

Kondakion
Cuando tú yacías en el sepulcro, Señor inmortal,
tú has quebrantado el poder del infierno,

y tú has resucitado victoriosamente,
¡ Oh Cristo nuestro Dios!
disponiéndo a las Miróforas para regocijarse,
visitando a los Apóstoles y concediéndoles la paz, tú que
nos salvas y nos otorgas la resurrección.

Preguntas para orientar tu reflexión

1. ¿Qué puedes hacer tu para colaborar a la unidad de la Iglesia?

2. ¿Tiene que ver el Espíritu Santo con vivir la caridad y el amor en la Iglesia?

3. ¿Qué significa para ti ser odre nuevo? ¿Cómo podemos ser odres nuevos?

4. ¿Qué añade el amor a la tolerancia?

5. ¿Qué sientes al sentirte unido a la catolicidad de la Iglesia?