18 de Junio

VENERACIÓN DE LA SÁBANA SANTA

MEDITACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Domingo 2 de mayo de 2010

Queridos amigos:

Este es un momento muy esperado para mí. En otras varias ocasiones he estado ante la Sábana Santa, pero ahora vivo esta peregrinación y este momento con particular intensidad: quizá porque el paso de los años me hace todavía más sensible al mensaje de este extraordinario icono; quizá, y diría sobre todo, porque estoy aquí como Sucesor de Pedro y traigo en mi corazón a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad. Doy gracias a Dios por el don de esta peregrinación y también por la oportunidad de compartir con vosotros una breve meditación, que me ha sugerido el subtítulo de esta solemne ostensión: «El misterio del Sábado Santo».

Se puede decir que la Sábana Santa es el icono de este misterio, icono del Sábado Santo. De hecho, es una tela sepulcral, que envolvió el cadáver de un hombre crucificado y que corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien, crucificado hacia mediodía, expiró sobre las tres de la tarde. Al caer la noche, dado que era la Parasceve, es decir, la víspera del sábado solemne de Pascua, José de Arimatea, un rico y autorizado miembro del Sanedrín, pidió valientemente a Poncio Pilato que le permitiera sepultar a Jesús en su sepulcro nuevo, que había mandado excavar en la roca a poca distancia del Gólgota. Obtenido el permiso, compró una sábana y, después de bajar el cuerpo de Jesús de la cruz, lo envolvió con aquel lienzo y lo depuso en aquella tumba (cf. Mc 15, 42-46). Así lo refiere el Evangelio de san Marcos y con él concuerdan los demás evangelistas. Desde ese momento, Jesús permaneció en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado, y la Sábana Santa de Turín nos ofrece la imagen de cómo era su cuerpo depositado en el sepulcro durante ese tiempo, que cronológicamente fue breve (alrededor de día y medio), pero inmenso, infinito en su valor y significado.

El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía: «¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (…). Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos» (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439). En el Credo profesamos que Jesucristo «padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos».

Queridos hermanos y hermanas, en nuestro tiempo, especialmente después de atravesar el siglo pasado, la humanidad se ha hecho particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. El escondimiento de Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que ha ido haciéndose cada vez mayor. Al final del siglo XIX, Nietzsche escribió: «¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!». Esta famosa expresión, si se analiza bien, está tomada casi al pie de la letra de la tradición cristiana; con frecuencia la repetimos en el vía crucis, quizá sin darnos plenamente cuenta de lo que decimos. Después de las dos guerras mundiales, de los lagers y de los gulags, de Hiroshima y Nagasaki, nuestra época se ha convertido cada vez más en un Sábado Santo: la oscuridad de este día interpela a todos los que se interrogan sobre la vida; y de manera especial nos interpela a los creyentes. También nosotros tenemos que afrontar esta oscuridad.

Y, sin embargo, la muerte del Hijo de Dios, de Jesús de Nazaret, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consuelo y de esperanza. Y esto me hace pensar en el hecho de que la Sábana Santa se comporta como un documento «fotográfico», dotado de un «positivo» y de un «negativo». Y, en efecto, es precisamente así: el misterio más oscuro de la fe es al mismo tiempo el signo más luminoso de una esperanza que no tiene confines. El Sábado Santo es la «tierra de nadie» entre la muerte y la resurrección, pero en esta «tierra de nadie» ha entrado Uno, el Único que la ha recorrido con los signos de su Pasión por el hombre: «Passio Christi. Passio hominis». Y la Sábana Santa nos habla exactamente de ese momento, es testigo precisamente de ese intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo, en el que Dios, en Jesucristo, compartió no sólo nuestro morir, sino también nuestra permanencia en la muerte. La solidaridad más radical.

En ese «tiempo más allá del tiempo», Jesucristo «descendió a los infiernos». ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que Dios, hecho hombre, llegó hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, a donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo: «los infiernos». Jesucristo, permaneciendo en la muerte, cruzó la puerta de esta soledad última para guiarnos también a nosotros a atravesarla con él. Todos hemos experimentado alguna vez una sensación espantosa de abandono, y lo que más miedo nos da de la muerte es precisamente esto, como de niños tenemos miedo a estar solos en la oscuridad y sólo la presencia de una persona que nos ama nos puede tranquilizar. Esto es precisamente lo que sucedió en el Sábado Santo: en el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Sucedió lo impensable: es decir, el Amor penetró «en los infiernos»; incluso en la oscuridad máxima de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos toma y nos saca afuera. El ser humano vive por el hecho de que es amado y puede amar; y si el amor ha penetrado incluso en el espacio de la muerte, entonces hasta allí ha llegado la vida. En la hora de la máxima soledad nunca estaremos solos: «Passio Christi. Passio hominis».

Este es el misterio del Sábado Santo. Precisamente desde allí, desde la oscuridad de la muerte del Hijo de Dios, ha surgido la luz de una nueva esperanza: la luz de la Resurrección. Me parece que al contemplar este sagrado lienzo con los ojos de la fe se percibe algo de esta luz. La Sábana Santa ha quedado sumergida en esa oscuridad profunda, pero es al mismo tiempo luminosa; y yo pienso que si miles y miles de personas vienen a venerarla, sin contar a quienes la contemplan a través de las imágenes, es porque en ella no ven sólo la oscuridad, sino también la luz; más que la derrota de la vida y del amor, ven la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio; ciertamente ven la muerte de Jesús, pero entrevén su resurrección; en el seno de la muerte ahora palpita la vida, pues en ella habita el amor. Este es el poder de la Sábana Santa: del rostro de este «Varón de dolores», que carga sobre sí la pasión del hombre de todos los tiempos y lugares, incluso nuestras pasiones, nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados —«Passio Christi. Passio hominis»—, emana una solemne majestad, un señorío paradójico. Este rostro, estas manos y estos pies, este costado, todo este cuerpo habla, es en sí mismo una palabra que podemos escuchar en silencio ¿Cómo habla la Sábana Santa? Habla con la sangre, y la sangre es la vida. La Sábana Santa es un icono escrito con sangre; sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. La imagen impresa en la Sábana Santa es la de un muerto, pero la sangre habla de su vida. Cada traza de sangre habla de amor y de vida. Especialmente la gran mancha cercana al costado, hecha de la sangre y del agua que brotaron copiosamente de una gran herida provocada por un golpe de lanza romana, esa sangre y esa agua hablan de vida. Es como un manantial que susurra en el silencio y nosotros podemos oírlo, podemos escucharlo en el silencio del Sábado Santo.

Queridos amigos, alabemos siempre al Señor por su amor fiel y misericordioso. Al salir de este lugar santo, llevamos en los ojos la imagen de la Sábana Santa, llevamos en el corazón esta palabra de amor, y alabamos a Dios con una vida llena de fe, de esperanza y de caridad. Gracias.

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Para considerar a la luz de la reflexión del papa:

EL  MISTERIO DEL SÁBADO SANTO

Una clave hermenéutica actual para nuestra fe.

Este aire nihilista no sólo se respira en ambientes no religiosos: todos somos hijos de la misma época, y ella infunde, en mayor o menor medida, a cada uno de sus hijos el mismo aliento, las mismas preocupaciones y miedos.

La situación eclesial no está, pues al margen de este “vacío en el corazón que definía el Papa. Y seguramente la raíz de los grandes escándalos que hacen zozobrar la nave de Pedro en los últi­mos meses, al revelarse actuaciones horribles por parte de personas de vida consagrada, acaecidas en las pasadas décadas, no es sino un síntoma -seguramente el más doloroso- de lo que es realmente esta oscuridad en el alma, este eclipse de Dios, incluso para los creyentes.

Pero este sufrimiento tan agudo que ahora vivimos es cosa encua­drada en un contexto concreto, y los seres humanos estamos capacita­dos para reaccionar de forma enérgica ante un contratiempo puntual y punzante. El dolor se afronta, se actúa y sirve, incluso, para una reno­vación celular del cuerpo en cuestión. Al final de este traumático pro­ceso, la salud vuelve a manifestarse con un vigor renovado.

Pero existe otro tipo de sufrimiento, con menor intensidad dolorosa, que tiene la triste virtud de permear toda la vida del creyente, hasta intoxicar cuerpo y espíritu con patologías que pueden llegar a ser mortales. En sociedades altamente secularizadas, con una gran indiferencia ante el hecho religioso, y donde las mismas comunidades de católicos viven como de inercia, sin entusiasmo ni celo apostólico parece que un cierto aire de pesimismo ha invadido la iglesia. Es una iglesia que vive y actúa, que hace lo que siempre, pero lo hace sin convicción. Se trata de un pragmatismo gris de la cotidianidad eclesial, en el cual todo parece ser correcto, pero en el que en realidad la fe se agota y llega a quedar desmedrada». esta frase sacada del libro fe, verdad y tolerancia el cristianismo y las religiones del mundo de Joseph Ratzinger puede ser una exacta definición del estado de muchas Iglesias en la actualidad.

Todo ello configura un presente, en la Iglesia principalmente en el occidente europeo, verdaderamente oscuro, de auténtico Sábado Santo, donde reina el desconcierto y el miedo a un futuro que se ve amenazante, a causa de la debilidad y la malicia de los hombres. Pura dictadura de un pragmatismo gris, en una cotidianidad eclesial cada vez más depauperada.

Por otra parte, no olvidemos la afirmación del Papa al decir que en el corazón de nuestros contemporáneos existe el vacío que ha dejado un Dios al que nosotros hemos matado. Así, pues, si queremos real­mente responder a este hombre de nuestros días, debemos procurar que resuene en su corazón vacío la gran noticia del Amor de Dios que desciende hasta él y le comunica el amor y la vida del Hijo crucificado y resucitado.

¿Cómo? En primer lugar debemos aprender a vivir el Sábado Santo de nuestra época. En el Sábado santo la iglesia se reúne (se une) en el calor del silencio y en la unión con los hermanos y se entrega, con la virgen María al silencio y la oración. Meditando la sepultura del Señor, esto es, su ocultamiento en este mundo, en el seno de esta tierra. La oración de la Iglesia en el Sábado Santo convierte la muerte en un tiempo de Adviento, esto es, de esperanza en la futura resurrección. Debemos procu­rar que nuestras vidas, nuestras catequesis, nuestras oraciones, nuestras celebraciones respeten el silencio del Sábado Santo que embarga al ser humano, a fin de que pueda escuchar, envuelto en este sagrado silencio, el murmullo del agua y de la sangre que brotan del corazón de Cristo, el Dios verdadero..

El Sábado Santo se convierte, pues, en la hermenéutica de la vida actual de fe. Él nos habla de un Dios que desciende hasta la misma muerte, para hacer llegar, hasta los que tenía retenidos, su Amor vital y liberador. Sólo desde la más radical advertencia de nuestro particular e histórico Sábado Santo, se convierte en actualización del misterio pascual en el sentido más propio, y sólo viviéndola así, puede alcanzarnos su energía transfiguradora. Sólo una vivencia plena de la oración y el ayuno del Sábado Santo nos hace vivir la Pascua (la noche y el día de Pascua) el gozo del misterio de la Resurrección.

La reflexión esta inspirada en la de Jaume González Pradós, un amiguete de Barcelona.

PREGUNTAS

1. ¿Como ves la vida de la fe de muchos cristianos, se percibe el vacío de la muerte de Dios, anunciado por Nietzsche?

2. Según Nietzsche solo unos pocos podrán superar ese vacío. ¿Crees que el vacío de un mundo sin Dios puede ser auténticamente superado, y si lo es a costa de qué?

3. ¿Crees que es cierto que vivimos en un santo y grande (mirad los adjetivos) sábado santo en la Iglesia? ¿En qué medida es voluntad de Dios, y si es voluntad de Dios para que nos puede servir? ¿Qué oportunidades nos brinda para vivir nuestra fe?

4. ¿Cómo podemos pasar de una Iglesia en sábado Santo a una iglesia en Pascua, en la feliz Pentecostés?

5. ¿La oración convierte tu vida en un Adviento? ¿Qué podemos hacer para convertirla en un adviento?

6. Aspectos positivos del Sábado Santo. Lee la homilía del oficio de lecturas:

De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado

El descenso del Señor a la región de los muertos

Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglo. El Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento la región de los muertos.

En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos ( las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, ya Eva, que está cautiva con él.

El Señor hace su entrada donde están ellos, llevando en sus manos el arma victoriosa de la cruz. Al verlo, Adán, nuestro primer padre, golpeándose el pecho de estupor, exclama, dirigiéndose a todos: «Mi Señor está con todos vosotros.» Y responde Cristo a Adán: «Y con tu espíritu. » Y, tomándolo de la mano, lo levanta, diciéndole: « Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo.

Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti; digo, ahora, y ordeno a todos los que estaban en cadenas: «Salid» ‘ y a los que estaban en tinieblas: «Sed iluminados», y a los que estaban adormilados: ‘Levantaos».

Yo te lo mando: Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto. Levántate, obra de mis manos; levántate, mi efigie, tú que has sido creado a imagen mía. Levántate, salgamos de aquí; porque tú en mí y yo en ti somos una sola cosa.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho hijo tuyo; por ti, siendo Señor, asumí tu misma apariencia de esclavo; por ti, yo, que estoy por encima de los cielos, vine a la tierra, y aun bajo tierra; por ti, hombre, vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto paradisíaco, fui entregado a los judíos en un huerto y sepultado en un huerto.

Mira los salivazos de mi rostro, que recibí, por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido.

Me dormí en la cruz, y la lanza penetró en mi costado, por ti, de cuyo costado salió Eva, mientras dormías allá en el paraíso. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te sacará del sueño de la muerte. Mi lanza ha reprimido la espada de fuego que se alzaba contra ti.

Levántate, vayámonos de aquí. El enemigo te hizo salir del paraíso; yo, en cambio, te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celestial. Te prohibí comer del simbólico árbol de la vida; mas he aquí que yo, que soy la vida, estoy unido a ti. Puse a los ángeles a tu servicio, para que te guardaran; ahora hago que te adoren en calidad de Dios.

Tienes preparado un trono de querubines, están dispuestos los mensajeros, construido el tálamo, preparado el banquete, adornados los eternos tabernáculos y mansiones, a tu disposición el tesoro de todos los bienes, y preparado desde toda la eternidad el reino de los cielos. »