26 de Octubre

San Juan Clímaco

Vigésimo octavo Escalón: de la Oración.

1. La oración es, en cuanto a su naturaleza, la conversación y la unión del hombre con Dios y, en cuanto a su eficacia, la madre y también la hija de las lágrimas, la propiciación para los pecados, un puente elevado por encima de las tentaciones, una muralla contra las tribulaciones, la extinción de las guerras, la obra de los ángeles, el alimento de todos los seres incorpóreos, la alegría futura, la actividad que no cesa jamás, la fuente de las gracias, el proveedor de los carismas, el progreso invisible, el alimento del alma, la iluminación del espíritu, el hada que cercena la desesperación, el destierro de la tristeza, la riqueza de los monjes, el tesoro de los hesicastas[1], la reducción de la cólera, el espejo del progreso, la manifestación de nuestra medida, la prueba del estado de nuestra alma, la revelación de las cosas futuras, el anuncio seguro de la gloria. Para el que reza verdaderamente, la oración es la corte de la justicia, la sala del juicio y el tribunal del Señor antes del juicio futuro.

2. Levantémonos y escuchemos lo que nos grita en voz alta esta santa reina de todas las virtudes: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11:28-30). Es un remedio soberano para los grandes pecados.

3. Si queremos permanecer ante nuestro rey y nuestro Dios y conversar con Él, no podemos ponernos en camino sin preparación, pues si nos ve, desde lejos, desprovistos de las almas y de las vestimentas que convienen a los que permanecen ante Él, ordenará a sus servidores y a sus esclavos que nos carguen de cadenas, nos lleven lejos de su presencia, rompan nuestras súplicas y nos los arrojen a la cara.

4. Cuando vayas a presentarte ante el Señor, la túnica de tu alma debe estar totalmente tejida con el hilo de la ausencia de rencor. De otra manera, no obtendrás ningún beneficio de la oración.

5. La tela de tu oración debe ser de un solo color. El publicano (Lc 18,10-14) y el hijo pródigo (Lc 15, 11-31) se reconciliaron con Dios a través de una sola palabra.

6. Permanecer ante Dios es común a todos los que rezan; pero la oración presenta muchas variedades. Algunos se dirigen a Dios como a un amigo y a un maestro, ofreciéndole sus alabanzas y sus súplicas, no para ellos, sino para otros. Algunos piden un acrecentamiento de riqueza espiritual, de gloria y de confianza filial. Algunos le suplican que los libre completamente de su adversario. Otros, que les sea otorgado algún favor y otros piden ser liberados de toda preocupación con respecto a sus faltas. Algunos piden la liberación de la prisión, el perdón de sus crímenes.

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7. Escribamos, en el pergamino de nuestra oración, antes que cualquier otra cosa, la acción de gracias sincera. En segundo lugar, la confesión de nuestras faltas y una contrición del alma sentida profundamente. Luego, presentemos nuestra demanda al Rey del Universo. Es la mejor manera de rezar, como se lo reveló un ángel del Señor a uno de nuestros hermanos.

8. Si has tenido que comparecer ante un juez terrenal, no necesitas otro modelo para tu actitud ante la oración. Pero si jamás has sido juzgado o si no has asistido al proceso de otros acusados, instrúyete, en todo caso, acerca de cómo los enfermos que van a ser amputados o cauterizados imploran a los cirujanos.

9. Cuando reces, no busques palabras complicadas, pues el simple balbuceo, sin variedad, de los niños, (Salmo 8, 3[2]) ha tocado a menudo al Padre de los cielos.

10. No hables demasiado cuando reces (Mt 6,7-15[3]), para que tu espíritu no se distraiga buscando palabras. Una sola palabra del publicano apaciguó a Dios y un solo grito de fe salvó al ladrón. La locuacidad en la oración dispersa al espíritu y lo llena de imágenes, mientras que la repetición de una misma palabra le permite concentrarse.

11. Si una palabra de tu oración te llena de dulzura o de compunción, permanece en ella, pues nuestro ángel guardián está allí, rezando con nosotros.

12. No confíes demasiado, si crees que has adquirido cierta pureza; acércate mejor con profunda humildad y recibirás una confianza todavía más grande.

13. Reza por el perdón de tus pecados, incluso si has trepado toda la escala de las virtudes. Escucha lo que dice Pablo, al hablar de los pecadores: «El primero de ellos soy yo» (1 Tm 1:5).

14. El aceite y la sal sazonan la comida; la templanza y las lágrimas dan alas a la oración.

15. Si estás revestido de dulzura y libre de todo enojo, no penarás mucho para librar tu espíritu de su cautiverio.

16. Mientras no adquiramos la oración verdadera, nos pareceremos a aquellos niños que comienzan a caminar.

17. Esfuérzate para elevar tu pensamiento o mejor para encerrarlo en las palabras de tu oración; y si, a causa de su estado infantil, se debilita y cae, condúcela allí de nuevo. La inestabilidad es característica del intelecto, pero Dios tiene el poder de volver todo estable. Si perseveras infatigablemente en este combate, Aquel que puso los límites al mar de tu intelecto vendrá y te dirá durante tu oración: «Llegarás hasta aquí, no más allá» (Jb 38:1). El espíritu no puede estar encadenado; pero todo está sometido al Creador del espíritu.

18. Si has contemplado como se debe al sol, también podrás conversar con él como conviene. Si no, ¿cómo puedes relacionarte sin mentiras con aquel que no has visto?

22. Un gran trabajador de la oración perfecta y sublime dijo: «Prefiero decir cinco palabras con mi mente…» (1 Co 14:9). Pero una oración de tal naturaleza es extraña para las almas que se encuentran todavía en la infancia. Nosotros, que además somos imperfectos, necesitamos no sólo la calidad, sino una cantidad abundante de palabras para nuestra oración; mediante la cantidad se consigue la calidad. Se ha dicho, en efecto: «Él da una oración pura a aquel que reza asiduamente, incluso si su oración está llena de distracciones y es pesada.»

23. Una cosa es lo que envicia la oración; otra, lo que la extingue; otra, lo que nos la roba, lo que la vuelve defectuosa. Lo que la envicia es mantenerse ante Dios y dejar que la imaginación forme pensamientos extraños. Lo que la apaga es dejarse cautivar por preocupaciones inútiles. Lo que nos la roba es dejar que nuestro pensamiento divague insensiblemente; lo que la vuelve defectuosa es toda mala sugestión que nos ataca en ese momento.

24. Si no estamos solos en el momento de la oración, adoptemos dentro de nosotros la actitud de la súplica. Si no hay nadie con nosotros que pueda alabarnos, adoptemos incluso exteriormente la actitud del que suplica. Pues en los que son imperfectos, a menudo el intelecto adopta la forma del cuerpo.

25. Para todos, pero especialmente para aquellos que van al Rey para obtener de Él la remisión de sus faltas, es necesaria una inexpresable contrición.

26. Mientras estamos todavía en prisión, escuchemos a Aquel que habló así de Pedro: «Levántate aprisa, y cayeron las cadenas de sus manos,» cíñete a la obediencia, aleja de ti tu voluntad y así despojado acércate al Señor en la oración. Entonces recibirás al Dios que gobierna tu alma (cf. Hch 12:).

27. Resucita del amor del mundo y de los placeres, sepárate de las preocupaciones, despoja tu pensamiento, renuncia a tu cuerpo; la oración no es otra cosa que el olvido del mundo visible e invisible. «¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra» (Sal 72:5). No deseo otra cosa que unirme continuamente a ti en una oración sin distracción. Unos desean la riqueza, otros, la gloria, y otros, grandes bienes, pero mi bien es estar junto a Dios; he puesto en el Señor la esperanza de la impasibilidad de mi alma (cf. Sal 72:8).

28. La fe da alas a la oración; sin ella no podemos volar al cielo.


[1] El Hesicasmo es una forma de vida contemplativa en la que se busca la comunión con Dios por medio de la soledad, en la hesychía, es decir, en la tranquilidad interna Y externa y . en la oración continua. La hesiquía en los autores espirituales indica al mismo tiempo recogimiento, silencio, soledad exterior e interior unión con Dios. Desde el punto de vista histórico, el hesicasmo va ligado a tres aspectos distintos, pero interdependientes entre sí.

1. El primero se identifica con el origen y el desarrollo del monaquismo oriental. La paz, la quietud, el silencio, eran el modo de vivir del monje (monachus significa («solitario»). En el desierto, el lugar por excelencia de la soledad, el anacoreta (de anachorein, «retirarse ») tenía que recogerse, encontrar el camino para entrar en su «corazón» Y reunirse allí con el Señor a través de la fe, la penitencia, el ayuno, la caridad y la plegaria. En el Gherontikon (Vida de los Padres del desierto) se cuenta que, cuando el abad Arsenio preguntó a Dios qué es lo que tenía que hacer para salvarse, sintió una voz que le decía: («Arsenio, huye, calla y practica la hesiquía». Juan Clímaco consagra el famoso capítulo 27 de su Escala del paraiso a la «santa hesiquía del cuerpo y del alma». He aquí cómo define el ideal del hesicasta: » El hesicasta es el que dice: «Mi corazón está firme» (Sal 57,8). El hesicasta es el que dice: «Yo duermo, pero mi corazón vela» (Cant 5,2). La hesiquía es culto, servicio ininterrumpido a Dios, que el recuerdo de Jesús haga una sola cosa con vuestra respiración; entonces comprenderéis la utilidad de la soledad».

[2] Sal 8, 3: De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos

[3] En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así: «Padre nuestro del cielo